Siempre recuerdo con frenesí aquella primera noche en que me hiciste tuya.
Tus ojos clavados en los míos como perro a un filete; y me gustaba así. Hambriento y deseoso. Me gustaba coquetearte y juguetear con mis cabellos haciendo rizo en el aire.
Me acuerdo que llevabas puesto una sonrisa de ansiedad y complicidad, esa que ya escasea en las calles y que siempre reluce cuando me miras.
Me hablaste todo el tiempo pausado y tiernamente, incluso parecías estar interesado en mis discursos baladíes. Me oliste la piel y mis deseos estando sentado a un metro de distancia y me miraste toda la noche aún cuando tus ojos no se posaban en mí.
sentí tus palabras haciendome el amor toda la noche sin descanso, sin interrupciones, y las acepté una por una con el delirio de convertirte en un nuevo recorrido para mi boca.