lunes, 20 de diciembre de 2010

La cuestión es de riesgo

A veces y la mayoría de las veces, las cosas en la vida pasan porque sí, sin razón ni explicación alguna. Uno no sabe en qué momento quedó involucrado en situaciones fueras del contexto cotidiano y es justo en ese instante en que uno se pregunta ¿yo en que carajos me metí? Y comenzamos a hacer un recuento en el pasado, un análisis inservible y sin provecho que improbablemente te ayudará a encontrar una respuesta del por qué estas metido en donde no deseaste estar y no te dará soluciones para poder salir de ese agujero absorbente que cada día te consume como extractor.

Y te das cuenta que aunque no sabes ni cómo entraste ni cómo salir, te gusta estar ahí metido. Se convierte como en un cálido y acogedor agujero de la muerte.

El problema es que tienes que salir de ahí. La situación es grave y quizás dolora para terceros, cuartos y quintos, pero tu cabeza no tiene coordinación, la situación la ha absorbido a su antojo y a sus gustos. Y pensabas que eras dueño de tus pensamientos y tus movidas, que entras y sales rápido de donde quieras, que puedes salir del fuego sin herida alguna pero mientras más lento es la salida más fuerte es la quemada.

Ya tu mente no sabe si salirse o quedarse. Igual no es tan malo estar adentro, al contrario es un dulce, suave pero peligroso veneno.

¿Será que me arriesgo? ¿Será qué me quedo? ¿Será qué me salgo? Dicen que las personas que no arriesgan no tienen sueños, no tienen anhelos y que el riesgo más fuerte en la vida es no haberse arriesgado. Sin embargo el miedo invade, las preocupaciones y temores aumentan. El ser humano nunca quiere equivocarse. Nos gustan los pasos firmes y los caminos cortos, rápidos y sin obstáculos sin pensar que sin los riesgos se pierde el sentir, aprender, cambiar, crecer, vivir.

Entonces no podemos olvidar que todo en la vida requiere de un riesgo, si salimos del agujero o si nos quedamos dentro de él son dos riesgos diferentes, impredecibles e inseguros.