lunes, 4 de febrero de 2013

Alicia en el pais de mis fantasias


Me miró a los ojos fijamente y me dijo: si no lo quieres hacer… no importa, no pasa nada.

Aquellas palabras salieron de sus delicados labios sin titubeo y su mirada fue intimidante y maliciosa. Desde ese momento supe que quería utilizarme. Lo que ella no sabía es que meses antes ya la había deseado. En fotografías anhele su cuerpo junto al mío y en mis sueños le había hecho el amor un par de veces.

Alicia tenía un cuerpo de diosa. Su tez blanca leche hacían que mi lengua se viera tentada a recorrer sus partes mas cálidas y profundas. Sus pechos y sus nalgas no eran ni muy grandes ni tan pequeños. Eran exquisitamente perfectas para amoldarlas con mis manos y morderlas con mi boca. Y ni que decir de sus piernas y su abdomen tan firmes como sus palabras pero tan suaves y delicadas como sus besos.
Por instante me había quedado contemplando la voluptuosidad del paraíso que me disponía a explorar, mientras el cuerpo de Alicia que posaba desnudo sobre las cobijas se encontraba jadeante esperando una respuesta. 

Ella sabía que esa noche no iba a ser un fracaso. Su mirada fija reflejaba una mujer segura al igual que el roce de sus finos y delgados dedos que intentaban rasgar mis brazos. Su boca y su cuerpo eran tan tentadores que difícilmente podrían ser despreciados. Quizás la experiencia le había dado esa seguridad que muy pocas mujeres a su corta edad poseen.

Me acerqué sigilosamente, junté mis labios a los suyos y la besé con devoción al mismo tiempo que mis manos comenzaron a deslizarse por su cuello y por sus tetas. La acaricié tiernamente. Alicia era tan delicada que me daba miedo lastimarla pero su cara de ángel y gemidos de pervertida me obligaban a tratarla cada vez con menos sutileza. Así que mis manos comenzaron a apretarla cada vez más fuerte y con mis dientes mordisqueé sus finos labios; sus ojos se desorbitaron mientras que el movimiento cadencioso en sus caderas principiaba a acelerarse invitándome a contemplar su templo más preciado. En ese instante el sexo llamaba nuestros cuerpos.

Recorrí su cuello con mi lengua y humedecí sus tetas con mi aliento. Empapé su cuerpo con mi saliva y devoré su torso con mi boca. Acerqué dos dedos a su templo de Venus, caliente, húmedo, estrecho y delicadamente me dispuse a dilatarlo.

Alicia no paraba de danzar con sus caderas.  Se movía y se agitaba con más fuerza. Cada vez era más rápida y sus gemidos más intensos lo que me obligaba a que mis dedos fueran más veloces para poder sentir mi mano inundada de su liquido preciado.

Cuando sentí que Alicia estaba completamente mojada y mi mano empapada en su lubricidad, bajé rápido para beber el líquido hirviente que brotaba de sus labios. Metí mi lengua hasta lo más profundo y seguí masturbándola con mis dedos. Esta vez fueron tres los que entraron cuando noté en su rostro el goce por lo violento. Sujetó fuerte mi cabeza y la empujaba constantemente de adelante hacia atrás como si quisiera que me metiera dentro de ella. Alicia estaba delirando de placer.

Aquella noche complací todos sus deseos. Su sonrisa de satisfacción así lo dejaba ver. Una vez que termino de derramar en mis manos y en mi boca todo el licor humeante de su cuerpo, vi el cansancio  en sus suspiros, me acerqué  a su rostro y le deje un beso de buenas noches con sabor a su esencia. Me acosté a su lado y comencé a mirar cómo se dormía, con sus cabellos negros y largos que recubrían sus pechos, Alicia parecía un ángel otra vez.

Cuando sentí que se había quedado completamente dormida pasé mi brazo sobre su cintura y la abracé suavemente para no despertarla. Cerré mis ojos disponiéndome a dormir pero aquellas palabras de lo que había sucedido no dejaban de correr por mi mente: que extraño se siente estar con otra mujer.